sábado, 31 de enero de 2015

Pádel, escuela de valores

En un deporte en el que se balancean lo individual con el entendimiento con la pareja, para los dos evolucionar juntos, cobra una dimensión muy rica la capacidad para crecer. Si importante es la planificación del aprendizaje, de la adquisición de técnica, de la maduración de tácticas que contemplen la mayor cantidad posible de variables, tan importante o más de superar los enfoques erróneos, la visión distorsionada de uno mismo. La vanidad es una gran enemiga del desempeño, frena el crecimiento e impide por un  lado tomar conciencia de las limitaciones y, por otro, justipreciar nuestros valores y puntos fuertes susceptibles de ser aun más potenciados. Por eso, tan inútil es recrearse en la lamentación por los errores como vanagloriarse en exceso de los golpes buenos. Es en este punto donde muchos jugadores y jugadoras caen en la trampa, pierden la concentración en el aquí y el ahora y se dejan vencer por la ansiedad que produce la incertidumbre sobre el resultado futuro o la rumiación sobre un pasado que ya no se puede cambiar. Lo que podría ser un motivo de disfrute se convierte en un vía crucis. Es el dibujo de un espectáculo demasiado frecuente, por desgracia, en los escenarios hasta de las competiciones más amateurs.
Ilustramos con unos párrafos entresacados de “el juego interior”, obra de Timothy Gallwey de referencia frecuente en ésta página:

[... es difícil divertirse o alcanzar una total concentración cuando nuestro ego está metido en lo que considera que es una lucha a vida o muerte.
... muchos tenistas “serios” acaban participando en el “juego” de la excelencia. Acaban por fijarse unos objetivos de excelencia que están más allá de sus posibilidades y muchas veces pasan a estar más frustrados y tensos en la cancha que fuera de ella. La cuestión parece estar profundamente enraizada en la estructura básica de nuestra sociedad. Vivimos en una sociedad orientada hacia el éxito en la que las personas tienden a ser evaluadas o medidas por su capacidad en distintos ámbitos. El mensaje es básico y muy claro: seremos una buena persona merecedora de respeto únicamente si hacemos bien las cosas. La ecuación subyacente que se ha establecido entre la autoestima y el desempeño ha sido prácticamente universal. Se trata de una ecuación bastante opresiva porque significa que en cierta medida cada acción orientada hacia el éxito se convierte en un criterio para definir nuestro propio valor, de ahí que las personas más inteligentes, atractivas y competentes tienden a verse a sí mismas como “mejores”...

... Cuando el amor y el respeto dependen de ganar o de tener éxito en una sociedad competitiva es inevitable que haya mucha gente que sienta falta de amor y de respeto -ya que cada ganador implica un perdedor y cada actuación sobresaliente implica muchas otras que son inferiores-. A la luz de todo esto no es difícil ver por qué jugar bien se ha convertido en algo tan importante para nosotros. Para salir de esta trampa, lo que hace falta es una clara comprensión de que el valor de un ser humano no puede medirse por medio de su desempeño o por cualquier otra medida arbitraria. No tiene sentido evaluarnos en comparación con otros seres que tampoco son evaluables. Somos lo que somos. Nuestra identidad no se reduce a lo bien que nos manejamos en un momento dado. El resultado de un partido no nos define como personas, ni nos da motivos para considerarnos más o menos importantes de lo que éramos antes del inicio del partido.




Torneo Pavigrass. E.T.P. Canabal

 ¡ Deportes para ricos!   O outro día espétame un compañeiro da Facultade ao que non vía dende hai corenta anos: ¡Carallo, meu, así que agor...