En un deporte en el que se balancean lo individual con el
entendimiento con la pareja, para los dos evolucionar juntos, cobra una
dimensión muy rica la capacidad para crecer. Si importante es la planificación
del aprendizaje, de la adquisición de técnica, de la maduración de tácticas que
contemplen la mayor cantidad posible de variables, tan importante o más de
superar los enfoques erróneos, la visión distorsionada de uno mismo. La vanidad
es una gran enemiga del desempeño, frena el crecimiento e impide por un lado tomar conciencia de las
limitaciones y, por otro, justipreciar nuestros valores y puntos fuertes
susceptibles de ser aun más potenciados. Por eso, tan inútil es recrearse en la
lamentación por los errores como vanagloriarse en exceso de los golpes buenos.
Es en este punto donde muchos jugadores y jugadoras caen en la trampa, pierden
la concentración en el aquí y el ahora y se dejan vencer por la ansiedad que
produce la incertidumbre sobre el resultado futuro o la rumiación sobre un
pasado que ya no se puede cambiar. Lo que podría ser un motivo de disfrute se
convierte en un vía crucis. Es el dibujo de un espectáculo demasiado frecuente,
por desgracia, en los escenarios hasta de las competiciones más amateurs.
Ilustramos con unos párrafos entresacados de “el juego
interior”, obra de Timothy Gallwey de referencia frecuente en ésta página:
[... es difícil divertirse o alcanzar una total
concentración cuando nuestro ego está metido en lo que considera que es una
lucha a vida o muerte.
... muchos tenistas “serios” acaban participando en el “juego”
de la excelencia. Acaban por fijarse unos objetivos de excelencia que están más
allá de sus posibilidades y muchas veces pasan a estar más frustrados y tensos
en la cancha que fuera de ella. La cuestión parece estar profundamente enraizada
en la estructura básica de nuestra sociedad. Vivimos en una sociedad orientada
hacia el éxito en la que las personas tienden a ser evaluadas o medidas por su
capacidad en distintos ámbitos. El mensaje es básico y muy claro: seremos una
buena persona merecedora de respeto únicamente si hacemos bien las cosas. La
ecuación subyacente que se ha establecido entre la autoestima y el desempeño ha
sido prácticamente universal. Se trata de una ecuación bastante opresiva porque
significa que en cierta medida cada acción orientada hacia el éxito se
convierte en un criterio para definir nuestro propio valor, de ahí que las
personas más inteligentes, atractivas y competentes tienden a verse a sí mismas
como “mejores”...
... Cuando el amor y el respeto dependen de ganar o de tener
éxito en una sociedad competitiva es inevitable que haya mucha gente que sienta
falta de amor y de respeto -ya que cada ganador implica un perdedor y cada
actuación sobresaliente implica muchas otras que son inferiores-. A la luz de
todo esto no es difícil ver por qué jugar bien se ha convertido en algo tan
importante para nosotros. Para salir de esta trampa, lo que hace falta es una
clara comprensión de que el valor de un
ser humano no puede medirse por medio de su desempeño o por cualquier otra medida arbitraria. No tiene sentido evaluarnos
en comparación con otros seres que tampoco son evaluables. Somos lo que somos.
Nuestra identidad no se reduce a lo bien que nos manejamos en un momento dado. El resultado de un partido no nos define
como personas, ni nos da motivos para considerarnos más o menos importantes de
lo que éramos antes del inicio del partido.
Torneo Pavigrass. E.T.P. Canabal